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¿Start up? ¿Emprendimiento? ¿Freelance? Descubre las diferencias

Hoy arranco con una obviedad: las relaciones laborales del 2018 son muy distintas a las de 1998. Y la forma de construir una empresa, también.

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Y llegó la incertidumbre a todo el mundo y a todos los sectores

¿A cuántas personas conoces de, ponle 40 años, que lleven toda su vida trabajando en la misma empresa? Cualquiera tiene asumido ya —o si no, debería hacerlo cuanto antes— que eso del puesto fijo o el contrato indefinido se acabó hace mucho.

La incertidumbre lo inunda todo, ya seas profesional por cuenta ajena, freelance o tengas una pyme. No pienso ahondar ni loca en las razones que hay detrás. Tampoco en por qué se han importado tantos formatos laborales de USA, como si tuviéramos mucho en común. O por qué le hemos dado una vuelta de tuerca al concepto de emprendimiento para adecuarlo a un mercado laboral precario como es el español. Menudo berenjenal, paso.

Al final, lo importante es adaptarse a los cambios y seguir adelante.

Pero, con la gracia, menuda ensalada hay entre gente autónoma, tarifas de freelance, emprendedores/as, empresas de economía colaborativa, coworkings, agencias sin plantilla y nómadas digitales.

Así, muchas veces se utiliza el mismo término para denominar actividades profesionales y objetivos empresariales distintos. Es comprensible que pase, con tantos cambios rápidos, vendehumos y personas intentando reinventarse profesionalmente que hay por ahí.

Pero oye, vamos a intentar eso de «hablar con propiedad», ¿no? También es útil para darse cuenta de quién sabe de lo que habla y quien, sin más, se ha apuntado al carro. In my humble opinion, claro.

Veamos.

No todo negocio que comienza es una start up

Innovación, tecnología, escalabilidad, poca inversión, costes reducidos, enorme adaptación a los cambios, orientación a la solución de necesidades/problemas, capital riesgo. Todo esto es una start up de las de verdad. La cosa va así:

Idea creativa > proceso innovador > emprendimiento/ejecución.

Qué es una start up y qué no es

Hablamos de empresas muy jóvenes. Es decir, si llevas 4 años de actividad, ya no eres start up. Mira que lo siento. El startapeo es una fase —con etapas, a su vez—. Si la superas pasas a ser otra cosa. Si no, acabas cerrando y con suerte bajarás la persiana libre de deudas.

Además, tienen posibilidades de crecimiento muy grandes. Repito, muy grandes. Si lo tuyo es un «a ver qué tal nos va este año» o un «vamos a pagarnos los sueldos y ya vemos», no eres una start up. En ese caso serás una pyme, sin más. Ni menos.

Una start up no tarda en conseguir beneficios, el clásico «un par de añitos de pérdidas y ya empezamos a ganar». No, la idea es invertir y gastar lo mínimo y empezar a escalar muy pronto.

La relación con la tecnología es enorme. La mayoría de start ups son tecnológicas, aunque no solo. También se apoyan mucho en la tecnología, aunque no la desarrollen. Aquí, haré un inciso: usar tecnología para llevar a cabo tu actividad no te convierte en una empresa tecnológica. Ni siquiera te vincula con la tecnología. Me da igual que acabes de arrancar en el garaje de la casa de tus padres, NO eres una start up por el mero hecho de tener una tienda online y usar la nube para trabajar con tu equipo.

Esto me recuerda a mi amigo Enzo, que con sus 73 años está empeñado en que soy informática. Le he tenido que poner de ejemplo que una persona que vende seguros por teléfono no es técnica de telefonía. El teléfono es su herramienta de trabajo, no el fin en sí mismo.

Una start up está muy orientada a solucionar un problema que se ha detectado previamente en el mercado. Vender USB con orejitas, ropa con tus diseños o mermeladas ecológicas no es solucionar un problema.

No mencionaré el riesgo, ni la jornada laboral más allá de las 40 horas, porque no creo que sea algo exclusivo de las este tipo de empresas. Pero es un requisito imprescindible en ellas. Una start up no se construye a base de personas freelance que distribuyen su trabajo entre varios clientes o proyectos. Tiene que estar todo el mundo a full, a tope, al 100%. O al 110%, que dicen los más fantasmas.

Y ahora, turno de la abuela cebolleta.

*carraspeo.

Hace años trabajé en una start up. Fíjate si lo era, que hasta teníamos una mesa de ping pong en la oficina. Y sí, la actividad principal era tecnológica. Imagina, antes de que llegar el primer iPhone a España había apps…. o bueno, algo similar. Y allí estábamos dando la matraca un grupo de, sobre todo, perfiles técnicos. Pero ya sabes que siempre hay un equipo de marketing para poner el contrapunto. *risa malvada y caricia a gato blanco.

(Nota: a todo esto, la RAE dice que usemos mejor empresa emergente, pero yo paso total).

No todo es un emprendimiento. Y tampoco pasa nada

Emprender, según el DRAE es:

Acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño, especialmente si encierran dificultad o peligro.

Estamos de acuerdo en que la clave aquí es empezar, ¿no?

Recuerdo la clásica entrevista obligatoria que tuve hace unos años en el SEPE. Ya sabes, esa de o vienes o prepárate para morir.

—¿Entonces qué planes tienes?, dijo él con frialdad y desgana.

—Pues hacer como autónoma lo que he hecho estos últimos 3 años con mi propia empresa, y antes por cuenta ajena.

—Ah, entonces vas a emprender, planteó lacónico perdido. Angelico.

—No, no voy a emprender, voy a autoemplearme, señalé tajante. Para enlazar un emprendimiento con otro estoy yo, pensé.

El chico miró al infinito, luego a la pantalla. Dio al enter y ahí acabó el debate. Debate, bueno. You know.

¿Que iba a acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño? Sí, desde luego. ¿Podríamos calificarlo como emprendimiento? Pues no. ¿Qué tiene de nuevo prestar servicios similares a los que ofrecía en mi empresa y también antes por cuenta ajena? Yo creo que muy poco. Y, otra vez, no pasa nada. Repito, no pasa nada si no puedes colgarte la medalla de emprendedor/a.

Ser autónomo/a y freelance no es lo mismo

Sigo hablando de mí, y mis cosas, que hoy vienen a cuento.

Hace solo cuatro años me habría resultado impensable trabajar como profesional freelance. No tuve ninguna epifanía, calma. Más bien las cosas siguieron su trascurso natural.

Y vayamos al meollo: un/a freelance es un/a profesional que ofrece sus servicios a clientas. No tiene por qué ser necesariamente autónomo. De hecho, se puede ser freelance y estar asalariado/a al tiempo. Ese extra de ingresos como complemento a un nómina justita es un clásico. Que no supere el SMI es clave para que no te tengas que dar de alta en el RETA. Porque, aquí, me temo que no hay escapatoria.

Pero, en el momento en que la actividad como freelance pasa a ser la principal, te toca inscribirte como autónomo/a sí o sí. Hasta entonces podías haber sorteado este paso, sobre todo si no era una actividad regular.

Los y las taxistas son autónomos/as, pero diles que son freelances, a ver qué les parece. Los transportistas suelen ser autónomos también. Diles que son «colaboradores» y no proveedores, a ver qué gracia les hace. La relación de colaboración es clásica entre freelance y cliente. Pero no tiene por qué darse entre autónomos y clientes.

También podemos encontrar otra distinción: la tuya es una profesión liberal —qué antiguo suena esto—, tienes que colegiarte, o no —curras en diseño, por ejemplo—.

Pero bueno, la realidad es que una cosa no excluye la otra. Yo misma soy autónoma y freelance. Es decir, no soy asalariada de un tercero. Pero que quede clarito que no son sinónimos.

El futuro es de quien sepa adaptarse mejor a los cambios

Y añadiría, de quien sea capaz de crear su propio puesto de trabajo. No diré que es la situación ideal, pero yo no he inventado el sistema, folks. Toca aceptar lo que viene, eso sí, sin conformarse.

Sea como sea, si entras en alguna de las categorías de más arriba, ya sabes: nada de jefes, los horarios los eliges tú… y de paso te comes tú solito/a los riesgos y los gastos. Aunque parezca que no hay solución buena, piensa que todo puede cambiar. Y que seguro que lo hace mejor. ¡Que llega el 2019, vamos a ponernos las pilas con las frasecitas inspiracionales ya! 😀

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